Hoy en día, cuando pisas una galería de arte o un museo, lo único que puedes ver son grandes copias fotográficas de más de un metro el lado mayor. Como son tan grandes, llaman la atención, no se dejan sitio unas a otras. Eso sí, el precio es abismal, desproporcionado, sin sentido. Es una copia de la fotografía a la pintura y de paso una panacea para la venta (cuando se vendía).
La fotografía es un medio de expresión que tiene una gran cualidad: se puede reproducir de manera infinita. Este hecho supone que su precio en el mercado del arte, en el mundo de las galerías, sea escaso. Luego durante mucho tiempo no interesó demasiado. Pero alguien tuvo una genial idea que muchos han seguido por sistema. El mundo de las ediciones limitadas. Un cuadro es único y se puede vender como tal; a una escultura le pasa lo mismo; y las planchas de los grabados se desgastan con el paso continuo del pesado tórculo. Sólo la fotografía tiene un problema para las galerías.
¿Cómo hacer exclusivo algo que se puede reproducir exactamente igual todas las veces que quieras? Pues inventándose las ediciones limitadas. ¿Y cómo subirles el precio de una forma desaforada? Aumentando su tamaño. Y eso, queridos amigos, es lo que está pasando ahora en el mundo artístico de la fotografía. Estos dos factores han encarecido el precio de la fotografía hasta un nivel absurdo. Y ahora mismo, con la situación económica que tenemos, no se vende nada. Y los que lo consiguen lo hacen en otros países más boyantes.
Una fotografía es una pequeña maravilla, que se disfruta tocándola con las manos, acercándose con cuidado para fijarse en un pequeño detalle. Conviene conservarla bien, en una caja de cartón sin ácido y con un paspartú de ph neutro. Es un tesoro que bien cuidado aguantará toda la vida. Por supuesto también se puede colgar en un buen marco discreto para poder disfrutar de la obra en cualquier momento. Los tamaños por lo que nos podríamos mover andan entre un 30x40 cm a 50x70 cm como mucho.
Pero esto no vende. Hace tiempo tuve la suerte de asistir a una conferencia de Ramón Masats y decía, partiéndose de risa, que no sabía cuántas copias había regalado de sus fotos, sin firma. La cara de espanto de su galerista hablaba por sí sola. Eso provoca que hoy en día sea más difícil vender a un alto precio el trabajo de uno de los más grandes fotógrafos que tiene España. Aún así, si queremos una fotografía suya, nos puede costar hasta 8500€. Es lo que tiene una serie de gran tamaño en edición limitada. A lo mejor algún familiar era amigo de Ramón y tenéis una copia de época, o como se dice ahora, vintage, que os solucione la vida unos cuántos meses.
Si quieres llamar la atención, independientemente de la calidad de tus fotografías, págate una ampliación monstruosa y tendrás las puertas más abiertas para entrar en el mundo del arte. Y si llevas una gorra ladeada, mejor que mejor. Luego ya se decidirá la edición.
Porque una de las cosas absurdas de este mundo, relativamente nuevo para la fotografía, es que no hay unas normas claras y escritas para saber cómo hacer correctamente una edición. Puede hacerse una edición única, de dos, cinco, siete, nueve, veinte... copias al tamaño que se quiera. Cuando se termina la edición, ya no se puede volver a vender una copia de esa fotografía si la ética del fotógrafo y su representante no está desviada. Algunos especialistas a los que he consultado, recomiendan incluso romper el negativo o borrar el archivo digital para siempre (algo que personalmente me parece una salvajada y que va contra la esencia de la fotografía). Pero no es así. La libertad es absoluta, tanta, que incluso se han dado casos de una edición terminada que el autor ha vuelto a fotografiar tapando el número identificativo de edición y ha vuelto a ponerla en el mercado.
El gran tamaño de las copias fotográficas es un vestigio de las grandes lienzos. A más tamaño, mayor dificultad, mayor precio por lo tanto. Y este razonamiento se aplica ahora a nuestro mundo. Las obras más caras que se han vendido últimamente de artistas vivos superan, con creces, el metro y medio el lado mayor. ¿Tiene sentido? Creo que no, pues la mejor forma de disfrutar una fotografía es colgada en nuestras casas (que no suelen ser muy grandes) o en un libro, el gran destino de las imágenes.
Afortunadamente las crisis suponen un cambio, y cada vez hay más galerías que venden obra de fotógrafos a pequeños precios y tamaños más coherentes, más manejables, pero el cliente tiene la última palabra. ¿Vosotros qué pensáis?
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